Hace cincuenta años, un 23
de marzo también fue lunes. Lo supe porque saqué la cuenta. Ese día caminó Cuba
el magazín Lunes de Revolución, suplemento del periódico Revolución y revista
literaria que apostó por la vanguardia, la libertad del arte y la crítica,
porque “se sabe que el que no soporta la crítica mal puede criticar o hacer
autocrítica”, decía en un editorial. Así, buscaban sus responsables intervenir
una circunstancia en la cual era imprescindible ser revolucionarios para
corresponderse al momento. La palabra representaba el deseo de alborotarlo todo
desde una perspectiva comprometida con la revolución para los humildes,
triunfante en el 59, que era, en aquel año, esencialmente nacionalista y
antiimperialista.
La publicación nació por
idea de Carlos Franqui, entonces director del periódico Revolución, antecesor
de Granma y nacido al fundirse aquel con Noticias de Hoy. Fue su instinto el
que le hizo ofrecer mayor espacio a la cultura dentro del periódico y, también,
ese “instinto” propició a Lunes un cierre precipitado el 6 de noviembre de
1961, cuando Revolución era ya una institución ramificada por medios como la
televisión, la música, la editorial Ediciones R y hasta el cine.
Al director del magazín,
Guillermo Cabrera Infante - en el 59 ya un talento del periodismo y un
malaleche sin remedio -, se debe que en poco tiempo coincidieran allí muchos
jóvenes de una generación que rápidamente descolló por la Revolución. Entre
los más apegados – algunos muertos en el extranjero- se hallaban Antón Arrufat,
José Álvarez Baragaño, Rine Leal, Adrián García Hernández, Humberto Arenal,
Calvert Casey, Severo Sarduy, Oscar Hurtado, Heberto Padilla, Fausto Canel,
Edmundo Desnoes, Lisandro Otero, Néstor Almendros… Algunos llegaron desde el
exilio e, inmediatamente, terminaron afiliándose a tareas inmediatas: el cine,
la literatura, el periodismo u otros asuntos alejados de la creación literaria,
como ocurrió con el poeta Rolando Escardó.
Los colaboradores, la
mayor parte inexpertos y hasta petulantes algunos, se convirtieron con el
tiempo en grandes escritores. Muchos se recuerdan gracias a premios como el
Cervantes, concedido a Cabrera Infante en el 97, o los Premios Nacionales de
Literatura entregados en Cuba a Pablo Armando Fernández, Arrufat, Otero y
Arenal. Otros, sin embargo, terminaron muriéndose medio olvidados por la
historia y sus cronistas, tanto en la
Isla como en el extranjero.
Por Cabrera Infante, a las
pocas semanas de iniciada aquella aventura aterrizó en La Habana definitivamente el
poeta Pablo Armando Fernández para ocuparse de la subdirección. Con Fernández,
el suplemento intentaría ser más conciliador y menos voraz en sus apreciaciones
sobre arte, pequeña herencia de Ciclón, que trató de soplar sobre Orígenes y de
donde el magazín sacó uno de sus puntales: el trasgresor Virgilio Piñera. El
carácter de Piñera, la supremacía de tiradas de hasta 500 mil ejemplares y una
connotación especial porque el propio Revolución aseguraba ser el “Órgano
Oficial del Movimiento 26 de Julio” les incitó a lanzarse con violencia revolucionaria
contra figuras e instituciones opuestas a sus presupuestos vanguardistas, en
actitud no exenta de un dogmatismos tan peligrosos como el que temían se
adueñara de la cultura nacional.
Aquellas furias, nunca
entendidas, fueron sedimentando criterios como los que aseguran que los
hacedores de Lunes formaban una “capilla” a la cual sólo podían acceder unos
pocos privilegiados. Para variar este hecho, debieron crear la sección A partir
de cero, dedicada a los neófitos y que, gracias al cuidado de Piñera, publicó
poemas y cuentos desde mitad del sesenta con sostenida frecuencia.
Uno de los textos
publicados por el tabloide – Lunes fue un tabloide de hasta 60 páginas – ,
descubría cómo el francés André Breton había dado con la frase exacta para
determinar el estatus que ellos querían alcanzar: “el arte verdadero no puede
dejar de ser revolucionario, es decir no puede dejar de aspirar a una
reconstrucción completa y radical de la sociedad”. La provocación se convirtió
en el modo excelente de sugerir un cambio en materia social y cultural. Y no
sólo provocaban los textos, sino que lo hacían desde la visualidad gracias a
sus excelentes directores de artes. El primero, la persona que sentó las pautas
del espacio desde una perspectiva marcada por el surrealismo, que le
influenciaba a buena parte del grupo, fue Jacques Brouté. Luego, le sucedieron
Roberto Guerrero, Tony Évora y finalmente, por un periodo mayor, Raúl Martínez.
Miguel Cutillas colaboró y alternó con Martínez en los números finales.
La gráfica estuvo
enriquecida por la asistencia de plásticos y caricaturistas que llenaron con su
trabajo cada una de las ediciones (Rafael Fornés, Antonia Eiriz, René de la Nuez…). Los propios
fotógrafos de plantilla en el diario, sin saberlo, captaban las mejores imágenes
de la gesta triunfante para enriquecer los números con imponentes y originales
fotorreportajes de la cotidianidad. Allí coincidieron Jesse Fernández, Mario
García Joya, Ernesto Fernández, Korda, Raúl Corrales, Liborio Noval, y algunos
otros.
Pero, el magazín, primera
publicación nacida de la
Revolución, ha pasado a la historia por un hecho mucho más
fuerte que la provocación en la gráfica y en los textos: el haber tutorado un
corto extemporáneo y simple (PM) que condujo a las célebres reuniones en la Biblioteca Nacional.
El clímax había llegado con una pugna ideológica disfrazada de confrontación
estética a la cual Fidel Castro, el Comandante en jefe de las fuerzas en pugna,
puso fin en una frase célebre: “Dentro de la Revolución todo, contra
la Revolución
nada”
Lunes fue crítica cultural
dentro de la Revolución. Era otro camino, incluso, pero parte
del proceso que, a su modo, quiso transformar. Su realidad, sin embargo, se ha
convertido en una leyenda avivada por la suerte de Franqui y Cabrera Infante quienes,
con su retirada de la Isla,
lanzaron sobre el magazín – y el resto de sus integrantes – un halo demoníaco
que convirtió a la publicación en lo que nunca fue. ¿Y qué fue Lunes? Ni
paraíso, ni infierno: sólo un limbo al que fueron de paso algunas almas
turbulentas.
Con 129 números, muchos de
ellos ediciones especiales dedicadas completamente a temas diversos, terminó
siendo un suceso de importancia. Otras revistas los han sido, sin dudas, pero
ahora prefiero concentrarme en esta que dedicó tiempo a reseñar con pasión
desfiles por el 26 de Julio, el sabotaje de La Coubre, Playa Girón, el
concurso de Casa de las Américas… Puso sus ojos sobre figuras como CapaBlanca,
Emilio Ballagas, Pablo de la
Torriente Brau, Rubén Martínez Villena, Martí… Homenajeó a escritores
que llegaban deslumbrados por la circunstancia como Pablo Neruda, Jean-Paul
Sartre y Simone de Beauvoir.
A un año de recorrer
calles de ciudades y campos, de levantar la ira de los atacados y los que no
lograban acceder con total libertad a su núcleo de opinión, el magazín hizo
pública una encuesta bajo la simple interrogante: “¿Por qué me gusta y no me
gusta Lunes?” Muchos dijeron allí lo que les disgustaba del suplemento
renovador en el ambiente literario, pero la mayoría coincidía en que era “uno
de los mejores aportes a la realidad cultural cubana”, como afirmó el
comandante Ernesto Guevara. Así, Lunes pasaba de ser la idea inicial para
convertirse en la revista cultural más popular de la Isla – por la tremenda tirada
lo digo – y uno de las publicaciones más provocadoras de todos los tiempos,
admirada tanto en Cuba como en el extranjero por su frescura y originalidad.
En busca de ese legado
comencé a investigar el asunto, un suceso desconocido y necesario. Por eso,
escribo este acercamiento mínimo. Más que una apología o una crítica, pretendo
decir que Lunes de Revolución es una aproximación necesaria a aquellos años
inaugurales. Es injusto omitir esta historia 50 años después, ahora que, en
bien o en mal, todo el mundo vuelve a hablar de la Revolución, un momento
que alguien llamó ya “tiempo de fundaciones”, y en el cual de una vez deber
haber espacio instituido para todos.
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