Las clases con Julio García Luis
llegaban a ser
aburridas. Muy aburridas. Pero el término no es demasiado trascendente
si se
tiene en cuenta la hora (siempre en las tardes), el tema (ética y
deontología),
la voz (era como un crujido leve y susurrante que se condensaba con el
sopor del
almuerzo). Se trataba de una asignatura que recibíamos a principio de
siglo en
la Facultad
de Comunicación de la
Universidad de La Habana, donde García Luis era
profesor
y decano. Sin embargo, lo único que conectaba a aquel hombre con un
ilustre
directivo universitario era su carrito.
García Luis llegaba todas las mañanas
al parqueo
de la
Facultad montado en un carrito blanco (¿era blanco?) de
procedencia China (¿era Chino?). Entonces los muchachos nos quedábamos
mirándolo
a través del parabrisas, con su rostro afable, medio serio, medio alegre,
con su
nariz regordeta y un andar bonachón cuando ponía sus pies en la tierra. A
veces
retrocedía hasta la calle G para seguir recto al Instituto Internacional de Periodismo, o solo se
metía en
su despacho, donde lo esperaba una secretaria decidida a decir “por aquí
no se
pasa”, cuando un estudiante quería salir al patio tomando el camino que
atravesaba el lugar.
Eso a JGL no le importaba, la verdad.
No le
importaba que los estudiantes entraran y salieran por allí, que pidieran
favores
de toda clase, que nos pasáramos horas tratando de imprimir una revista
(o eso
creíamos que era) en una impresora guardada en una esquina del lugar. No
le
importaba eso a Julio García Luis porque era un hombre sencillo y siempre estaba concentrado en
sus
papeles. No sabría precisar qué clase de papeles eran, pero me inclino a
pensar
que, más que documentos burocráticos de la Institución que
dirigía, se
trataba de textos relacionados con el periodismo.
Los tiempos de sus días como periodista
azuzaba su
leyenda en la Facultad.
Se decía que había sido brillante (era brillante) y que por ese brillo había
ido directamente a trabajar al equipo del Comandante en Jefe. Junto a
Fidel
Castro recorrió muchos lugares, de Cuba y el mundo. Y en cada uno de
ellos
escribía elegantes crónicas que publicaban medios de importancia como
Granma o
Trabajadores. Después llegó a ser presidente de la UPEC,
cargo del que salió, como suele
decirse, medio tronado, no sé por qué. Es parte de la leyenda que aún
debe
recorrer las aulas de la
Facultad de Periodismo. Y lo único cierto es que JGL se
comportaba todo el tiempo como un hombre normal, honesto y sin poses, junto a los estudiantes y muy consecuente con todo
lo que
había vivido, con todo lo que había sentido.
Como acabo de conocer su muerte, escribo estas
líneas casi
de forma mecánica, pero impulsadas por el dolor. Lo vi una vez,
después de graduado, en una visita que hizo a Holguín. También éramos
amigos en
Facebook, pero apenas se le veía en el chat.
Una vez el periódico ¡ahora!
publicó una
crítica sobre mi libro de cuentos El invitado, acabado de publicar. Yo
estaba de
vacaciones y la persona que recibió el texto en la redacción cometió un
ligero
desliz: trocó la firma del autor. En lugar de acreditar a José Luis
García dio
todos los créditos de la nota a Julio García Luis. Algunos me miraban
después extrañados, como diciéndose: “Vaya ,si es amigo de García Luis, tan amigo
que
hasta le escribió una crítica favorables a su libro”. Y yo no le dije la
verdad
a nadie. Para qué ponerse a explicar. Solo a José Luis García le dio
mucha rabia
el trueque. Y a Julio García Luis…no sé, quizás todavía, en algún lugar,
se ande riendo por ahí. O solo se
cuestione si era más ético haber advertido mediante una nota. Para
eso nos
impartió aquella asignatura. Digo yo.
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