Otra vez un relato de Manuel Rivas tiene
escenarios alternos entre España, Cuba y Argentina; o para precisar en un mapa,
vale advertir que los personajes desandan Galicia, alguna vez La Habana -aunque
sea en la imaginación de un personaje- y Buenos Aires, tres ciudades, tres puntos
geográficos repetidos en la obra del gallego y que aquí se agigantan al lector
en una suerte de zoom activado por los dedos de quien escribe. Quiere Rivas ilustrar
épocas, sucesos históricos, circunstancias... En pocas palabras: pretende
volver sobre la Historia y, esencialmente, recordarnos que la memoria es
salvación.
Otra vez hay poesía y amores en este
argumento cuyo conflicto parte de una librería que cierra. Es 2014, es Terranova
y este podría ser el caso de una librería en cualquier parte del mundo moderno.
La gente no lee como antes, al menos no del modo tradicional, anda sedentaria a
causa del audiovisual, las nuevas tecnologías y parece ahogada por la coyuntura.
Una economía en picada obliga también a postergar alimentos del espíritu para
priorizar el de los cuerpos. No todo el mundo es monje de la literatura y aún
queriéndolo no es fácil alcanzar el título: Las librerías se extinguen aunque
los libros sigan allí y la gente sienta la necesidad de leerlos. ¿O acaso dejan
de existir presionados sus dueños por empresarios y gobernantes a los que puede
usted hacerle inútiles encuestas sobre autores y libros?
El argumento enlaza personajes que se
mueven de España a Suramérica (y viceversa). Todos escapan, buscan posibilidad
y refugio, pretexto que le permite a Rivas un desfile de autores y títulos;
desde Castelao hasta José Hernández, el del Martin
Fierro, pasando por Borges, Rulfo, García Márquez, Lorca, Lezama Lima, Arlt,
Gombrowicz, Piñera, Pessoa, Cernuda, Machado, León Felipe… De paso, con los libros y quienes los
preservan se activan resortes relacionados con coyunturas políticas padecidas por
Galicia y toda España bajo las dictaduras de Primo de Rivera y Francisco Franco.
Es el caso de Vicenzo Fontana, el hijo de Amaro y Comba, los fundadores de
Terranova, el mismo que de niño padeció un brote de poliomielitis negado por el
gobierno. Por otro lado, con la aparición
de Garúa, la enigmática argentina que conoce Vicenzo, logra uno entender, como
en los versos de Pascoanes, que la memoria también puede alimentar el deseo.
Sobre El último día de Terranova gravitan exiliados españoles, gallegos,
vallesoletanos, catalanes fundadores de librerías y editoriales de prestigio en
el ayer. También policías encubiertos, esos que, en contubernio con los milicos,
enviaba Francisco Franco para acabar empresas posibles del otro lado del océano
porque “en Buenos Aires todo el mundo lee”, dice un personaje, responsable de otra
sentencia trascendente en la novela: “los
nazis, los fachas y los gorilas siempre se entendieron”. Del mismo modo llegaban
a tierra ibérica personajes como el “policía corrupto de horrible historial” organizador
de la Triple A y terrorista en España.
Más que la evocación por una librería
que no estará más y sobre los personajes que en ella se estuvieran moviendo, la
novela de Rivas nos deja una enseñanza fundamental, quizá la más importante
expresada por uno de los protagonistas, el padre del narrador, Amaro, “el hombre
que más sabe de Ulises”. Al ser interrogado por su hijo, al preguntarle este
qué sabía de Ulises que no supieran los otros responde con una reflexión
capital que el personaje a su vez considera esencial para entender la Odisea. Es un dato sencillo ofrecido por
Homero. Trece perales, diez manzanos, cuarenta higueras. Y recuerda de aquella
travesía plagada de misterios y trampas “solo Ulises sobrevive, abrazado al
mástil, para llegar a la isla donde no existe el tiempo. Le ofrecen la inmortalizada
y el la rechaza. Eso es algo extraordinario en aquel tiempo y en este. ¿Y por
qué?”, se pregunta. Y tal es la respuesta: “Porque es un hombre que quiere
volver a su casa. No quiere ser un dios, ni un semidiós. Eso supondría renunciar
a la memoria humana. Perder la clave de los árboles”.
Rivas, haciéndonos un guiño que aunque discreto
habrá de ser homérico, parece compartir la misma tesis. La clave se halla en los
pequeños detalles, en la capacidad humana para entender qué es lo correcto para no ser devorados por el olvido.
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